Las prostitutas de la carretera de Renedo defienden su derecho a trabajar en la calle

Veinte jóvenes, rumanas y nigerianas, mantienen vivo el último prostíbulo al aire libre

10.02.11 – 00:26 – J. SANZ | VALLADOLID.

«Nosotras no somos delincuentes, estamos aquí para ganar dinero para nuestras familias y no nos vamos a ir porque vengan los vecinos», aseguraban en un castellano bastante fluido las ocho mujeres de nacionalidad rumana que ocupaban a media tarde de ayer el tramo de la carretera de Renedo comprendido entre la ronda y la nueva rotonda de acceso al barrio de Los Santos Pilarica. Las trabajadoras del último prostíbulo al aire libre de la ciudad defienden precisamente eso, su derecho a trabajar «en un lugar a las afueras en el que no molestamos a nadie».

Las jóvenes -muchas rozan la veintena- son conscientes de las quejas y saben que los habitantes de la incipiente urbanización vecina pronto comenzarán a tocarles «las narices». Pero ellas se mantiene firmes e insisten en que están «en un lugar público en el que podemos hacer lo que queramos».

Y desde luego que pueden. Los policías que patrullan a diario por el entorno del ramal de la antigua circunvalación se limitan a identificarlas y su presencia puntal solo consigue «espantar a los clientes». Todo vuelve a la normalidad en cuanto se alejan. Allí, en el eterno reducto de prostitución callejera surgido en los años noventa muestran sus encantos una veintena de mujeres. La mayoría son rumanas y unas pocas, apenas cinco, son africanas oriundas de Nigeria. Las españolas «casi nunca pasan por aquí».

El cambio hacia este nuevo perfil de trabajadoras de la carretera de Renedo -jóvenes, con hijos, pocos estudios y con pareja- se gestó en los últimos dos años. Hasta entonces ocupaban la calle travestis y mujeres, sudamericanas o africanas en su mayoría, que llegaron expulsadas por la presión policial en la madrileña Casa de Campo en el 2005. El resurgir de la prostitución en el polígono de Villaverde hizo que volvieran a aquella ciudad y dejaran vía libre a las jóvenes que ahora ocupan su lugar -algunas más, llegadas desde Madrid, se suman durante los fines de semana-.

Con dos hijos y sin estudios

«El 80% están casadas o viven en pareja, tienen dos hijos o más y son estables desde hace más de un año», resume Manuel Martín, trabajador de la ONG Aclad, que cuenta con programas específicos de apoyo a estas mujeres. Ellas son «chicas con vidas normales, que llevan a sus hijos al colegio como cualquier madre y que trabajan en la calle porque necesitan dinero ante la imposibilidad de encontrar otra forma de ganarse la vida debido a su falta de estudios», añade el especialista.

Las jóvenes rumanas, que en principio carecen de chulos que las exploten, viven junto a sus familias en la capital. Nada que ver con su currículum tienen las chicas nigerianas, que ocupan el cruce o la prolongación del paseo de Juan Carlos I, frente al apeadero universitario, separadas de las anteriores. En su caso proceden de Madrid, residen aquí días sueltos, apenas saben español y son más agresivas cuando «se enfrentan a provocaciones».

Unas y otras coinciden, eso sí, en los precios por los que ofertan su servicios y que oscilan entre los 20 y los 30 euros por «una felación o una relación de diez minutos» que tiene lugar en los solares del entorno -junto al campo de fútbol y el mesón de El Tomillar, tras un viejo contenedor de camión de Traserra o en los campos de Fuente la Mora- dentro de los coches de los clientes. Todos los encuentros, al menos, los hacen «con el condón».

Las crisis también les afecta -«la cosa está muy chunga»- y por eso piden a los vecinos que les «dejen en paz». Si al final salen a la calle confiesan que pueden restarles clientes pero reiteran que «nosotras de aquí no nos vamos porque no molestamos a nadie y tenemos que dar de comer a nuestros hijos».

Fuente: El Norte de Castilla

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